lunes, 4 de junio de 2007

Mi experiencia en el mundo de la escritura, por Francisco Cenamor

Antes de empezar a escribir, evidentemente, empecé a leer. Mucho, siempre he leído mucho. Recuerdo que leía muchos cómic de súper héroes de Marvel, el TBO, Pumbi, los de Ibáñez. Cuentos, claro, también. Y recuerdo con mucho cariño los primero dos libros que tuve. Uno de ellos lo tengo todavía, era una especie de hermano pobre de la colección “Los Cinco”. Estos se llamaban “Pesquis 4”, de un tal E. W. Hildick. El otro no lo conservo, se trataba de la secuela de Mujercitas, Hombrecitos, de la misma autora, Louisa May Alcott. Películas de cine vi cientos, en el cine y en televisión, porque gracias a unos padres permisivos que no se creían eso de los dos rombos me vi todos los clásicos del blanco y negro y color. En el cine también hay un discurso narrativo interesante.
Los estudios se me daban bien, pero le di mayor importancia a nuestro pequeño negocio familiar y dejé la escuela a los 14 años, entonces se podía. Y no me fue mal al principio pues en la carnicería de mi padre disponía de mucho tiempo libre que aprovechaba en la trastienda para escribir. Entre los 14 y los 17 años escribí mucho, cuentos y cuentos, incluso una pequeña novela, Un lugar donde aparcar. Pero dejé la carnicería para buscar trabajos menos dañinos para mi salud, más culturales.
Seguí leyendo abundantemente, seguí escribiendo, aunque menos y empecé a escribir teatro. Y seguí formándome a pesar de mi alejamiento de la escuela. En esa época, mi juventud primera, descubrí las grandes posibilidades literarias del ensayo; el ensayo pasó a ser mi género favorito a la hora de leer, devoraba libros y libros de filosofía, política, ciencia, historia. Y empecé a leer de manera sistemática. Recuerdo que me tiré al menos cinco años leyendo, aparte de ensayos que ya nunca he dejado de leer, solo novelas de autores encuadrados en el realismo y el naturalismo del siglo XIX.
Comencé a probar suerte con los premios y en poco tiempo quedé finalista de un par de premios, pero sin duda el más importante fue por el teatro. Mi obra Valle-Inclán y todos los demás quedó finalista nada menos que en el Premio Nacional que convoca el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música, que ese año de convocaba bajo el epígrafe “50 años de la muerte de Valle-Inclán”. Era 1984, yo tenía 19 años.
Pero un día, allá por 1994, mi otra gran pasión, el cine, transformó mi manera de escribir. Por aquel entonces trabajaba en una revista de actualidad política y cultural donde aprendí a condensar escribiendo o escribir condensando, a ir al grano. Y de repente apareció la película de Eliseo Subiela El lado oscuro del corazón, una película en la que la poesía marcaba el ritmo y la trama; me sentí tan identificado con el protagonista, Oli, que descubrí, por primera vez, que yo era poeta. Y así fue como empecé a escribir poesía, y a tener cierto éxito y a editar, y a aumentar en el número de lectores y lectoras, hasta publicar ya mi tercer libro y tener compromiso de un cuarto, o aparecer mis poemas en innumerables páginas web de poesía.
Generalmente escribo poesía por inspiración: me inspira un acontecimiento, algo que veo, soy un gran observador, me gusta mirarlo todo, apartarme de mi realidad y mirar. Después tomo esos poemas y los trabajo en casa, buscando la palabra precisa. Lo que no suelo hacer es ponerme a escribir un libro de poemas, eso me cuesta; lo he intentado, tengo algún que otro proyecto inacabado, o desechado nada más empezarlo. Ya digo, me cuesta mucho.La primera en leer mis poemas, casi todos dedicados a una misma chica, fue una antigua novia filóloga y me animó a seguir sorprendida de mi poesía. Y vaya si me animó, empecé entonces una fiebre creadora que culminó con la aparición de un descubridor, José Bolado, director de la Colección Deba de poesía, que indicó a mi primer editor que me publicara. Después seguí escribiendo y Pablo Méndez me seleccionó para editarme en su editorial, Vitruvio, y recientemente, él mismo me ofreció volver a publicar y así hemos hecho.
Y bueno, espero que mi testimonio ayude a seguir escribiendo y luchando por sus textos a esos miles de personas que escriben sin haber pasado necesariamente y por las circunstancias que sean por los clásicos canales literarios.

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