viernes, 7 de septiembre de 2007

'Hacia un teatro para adolescentes y jóvenes', por Francisco Cenamor

Leyendo algunas de las obras de teatro de la colección Juvenil. Teatro para la infancia y la juventud, coedición de la Asociación de Autores de Teatro y La Avispa, descubrí lo poco, y a mi entender mal, que se escribe para adolescentes y jóvenes, al menos jóvenes hasta los 18 o 19 años, pues creo que en general mucho del teatro “de adultos”, puede llegar con cierta facilidad a jóvenes a partir de esa edad.
Las obras que leí, para empezar, apenas utilizan personajes jóvenes con los que chicos y chicas puedan identificarse más fácilmente, y las que sí lo hacen utilizan estereotipos clásicos: bar de copas, falta de compromiso de los jóvenes... Lo peor que pude descubrir es el empeño adoctrinante, casi todas las obras tenían moralina y algunas eran verdaderos panfletos de exaltación de personajes históricos supuestamente ejemplarizantes. Al final, bien miradas estas obras, era difícil entender por qué se habían encuadrado dentro de la categoría juvenil. ¿Se pueden establecer criterios para ello? Solo se me ocurre uno: que sepa conectar con las formas estéticas y niveles de reflexión de las personas que tienen esa edad, pongamos entre 12 y 18 años, aunque entre esas dos franjas de edad halla serias diferencias pues tal vez sean edades en las que los cambios, tanto físicos como emocionales e intelectuales, van más rápidos. Es una tarea difícil si no se tiene un contacto muy directo con personas de esas edades, y aún teniéndolo. Una vez me pasaron una obra de un profesor de instituto de secundaria que dirigía a adolescentes y jóvenes en teatro y la obra trataba sobre una madre y una hija de taitantos que tenían el “vicio” de ir al bingo y el marido muerto se aparecía para convencerlas de que lo dejasen por su memoria. Un tema muy juvenil, unos personajes fácilmente asumibles por adolescente, vamos. No salía de mi asombro según la iba leyendo. Eso sin tener en cuenta el sospechoso parecido con sainetes españoles del siglo pasado similares. Mi pregunta fue, ¿cómo ve este profesor a los adolescentes con los que trabaja? Mi respuesta: no los ve, solo parecía ver mano de obra maleable para poder estrenar sus obras de teatro.
Evidentemente, lo que voy a plantear a continuación, no es la única forma posible de escribir teatro para adolescentes y jóvenes. Pero lo que si he podido ver desde mi experiencia más directa es a cientos de adolescentes riendo, llorando, bailando..., siendo cómplices de las aventuras de los personajes que veían ante si. Y lo he visto en obras más profesionales, como Yai, un precioso canto a la grupalidad adolescente creado por la Compañía Lavi e bel, de Emilio Goyanes, o el manual de sexualidad para jóvenes que es la obra Sin vergüenzas, de Felipe Loza y Garbi Losada. Y permítaseme aquí un poco de falta de humildad, lo he visto las veces que se han representado Bajo tierra y Kasa Esperanza, las dos obras que dirigí en el proceso de 3 años que estuve conviviendo, casi de continuo, para bien o para mal, con jóvenes entre 15 y 18 años. Ya antes había estado en contacto con personas de esas edades o menores en esa típica labor que tantos hemos desarrollado de monitor de parroquia o asociaciones juveniles.
Para empezar, esa cercanía es muy importante, pero cercanía no para censurarles o moralizarles: cercanía para escucharles; proponerles temas y que los traten, pero creando el clímax necesario para que los traten desde lo más profundo de si mismos, sin que caigan en la trampa que tan bien se nos da a esa edad de decir lo que los adultos quieren oír, y todos tan contentos. Es fascinante escucharles hablar, no sobre los tópicos que todos esperan (botellón, drogas, ligues...), sino sobre la muerte, el futuro, las diferencias, el otro, el extranjero, el propio grupo, los adultos, sexo, drogas, música, cultura... Y de ahí a proponerles ejercicios concretos de movimiento teatral no hay nada. Y los textos saldrán solos, porque serán ellos mismos quienes los vayan sacando de su interior. Enfrentarles a situaciones cotidianas o extracotidianas desde ellos mismos, solucionando problemas creados en la improvisación más absoluta, y solucionándolos desde sus propios recursos emocionales e intelectuales, y, lo que para mi es más importante de cara a la puesta en escena, desarrollando e inventando su propia estética escénica, utilizando diversas tecnologías: música en directo con los que sepan tocar instrumentos o manejar mesas de sonido, música enlatada fácilmente reconocible por ellos, uso de cámaras digitales o teléfonos móviles, estética play station o videoclip...
Pero claro, aquí empieza el problema para el autor teatral: a los autores nos gusta mucho, demasiado, ser autores, y en esta forma de crear el autor no es realmente el autor de la obra, la obra ha ido surgiendo en el proceso de trabajo, de acercamiento, en el proceso vital de los mismos adolescentes y jóvenes. El autor se limita a hacer dramaturgia, a convertir en texto lo que ha visto y oído; por tanto, su figura como autor teatral queda difusa. Lo que no es ninguna novedad pues hasta el final de la Edad Media y principios de la Moderna las obras salían y se desarrollaban sin que fuese importante quien era el autor, o se iban modificando cuando caían en manos de unos y otros. Incluso la obra de Shakespeare fue más importante que él mismo mientras vivió. El que el autor sea más importante que la obra es algo moderno y para mi, sinceramente, bastante lamentable.
Toda una experiencia vital escribir para adolescentes y jóvenes si no se hace desde nuestra cálida habitación y desde una conciencia cargada de tópicos y prejuicios. La realidad está llena de historias con miles de jóvenes dispuestos a vivirlas sobre un escenario.

2 comentarios:

  1. Pues la verdad es que sí. Escribir para adolescentes y jóvenes es un tema un poco difícil si no te pones en su pien y si estás lleno de estereotipos. Desgraciadamente se juzga mucho a la juventud, muchos creen que no tienen nada en la cabeza pero quizá no se han parado a descubrirlo. Tal vez el autor debería dejar de ser autor y ser un personaje más para poder entender. Los jóvenes hablamos el mismo idioma pero vemos el mundo a nuestro modo. El hecho de que nos etiqueten solo empobrece.

    Creo como tú, que muchas obras que no están encasilladas dentro de la lectura juvenil, pueden ser leídas por los jóvenes,y quizá, los tiempos han cambiado tanto, que ya no se sabe donde están los límites.

    Para mucho da este artículo

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  2. Es curioso, porque el adulto siente una especie de rechazo congénito hacia los adolescentes, y no se acuerda que que él también pasó por esa época y seguramente fue peor de lo que él critica ahora en ellos.

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