miércoles, 4 de junio de 2008

Artículo de Luis Luna sobre el poemario de Cecilia Quílez ‘El cuarto día’


Cecilia Quílez (Algeciras, 1965) publica en Editorial Calambur El cuarto día, el tercer poemario que nos entrega. La suma de ambos números ofrece el siete, cifra perfecta para la numerología cristiana. Bajo ese signo El cuarto día se alza como una resurrección o, mejor, como un renacimiento después de ese descenso al infierno que supuso Un mal ácido (Ediciones Torremozas). Esta afirmación la hacía la misma autora en la presentación llevada a cabo en el Ateneo de Madrid el 25 de abril de 2008.
     Estamos, entonces, un día después de la resurrección y es tiempo de hacer balances. Quílez se muestra madura y su voz también alcanza esa madurez. La regularidad de los textos que nutren el libro es innegable y conforman, además, una estructura muy meditada y trabajada. Esa meditación, que se intuye al través de cada texto, se concreta en la contención que centra cada poema. El caballo sigue galopando en libertad pero ahora, tal vez más experimentado por tan larga carrera, prefiere retenerse un poco, logrando así un efecto ralentizado que detiene el tiempo o, mejor, se sitúa fuera de él, en una memoria capaz de abarcar todo el espectro temporal, incluso aquel que se sale de la linealidad para entrar en la circularidad.
     Dentro de ese círculo los recuerdos aparecen fragmentados, entrelazados a sensaciones y palabras capaces de mostrar la fatiga del paso existencial y, al mismo tiempo, una especie de sabiduría sin doctrina que los textos de Quílez desprenden. Este refrenamiento o contención del que hablábamos se hace patente desde la primera sección donde encontramos poemas esenciales, cercanos a poéticas a priori muy alejadas de la autora. Así, por ejemplo, el breve e intensísimo:

VIII
De un vaso de sangre
mana una flor.
¿Es esto la belleza?


     Esa belleza se subsume en el poema -afirmación que hiciera María Fernanda Santiago Bolaños- que queda como índice de lo que pueden dar de sí muy pocos versos tratados con destreza. La segunda sección, ‘El orden de las cosas’ ofrece una sucesión de imágenes poderosas trenzadas de erotismo y carne viva, rebeldes contra la pose y el amaneramiento que supone todo intento de fijar algo tan fugaz e inaprensible como la realidad, ese concepto pantanoso. Hay también esbozos de poética, dispersos, fragmentarios pero que suponen auténticas tomas de postura:

Libre de pecado
(…)
Tras la pose se esconden pruebas como cuchillas
que delatan el hastío de tener que dar nombre
a las mismas cosas, hacer que parezcan
diferentes y auténticas.


     La tercera sección ‘propósito de enmienda’ es casi un grito, un alzar la voz frente a la existencia; es también, una reelaboración ritual de esas procelosas relaciones con la existencia. Supone, entonces, dos abordajes de lo mismo: la cotidianidad problemática a la que el creador asiste desde una perspectiva ambigua, la de ser actor y, al mismo tiempo, espectador de los hechos que le ocurren. Cecilia Quílez no se niega a vivir pero opta, claramente, por lo segundo:

Muy frágil
Son las cosas que se le deberían haber haber dicho o hecho a
una poeta que gritaba que era frágil en letras rojas
desde el cabecero de su cama
.

     Esa opción se desliza finalmente hacia el simbolismo de una espiritualidad ajena a lo religioso, centrada en lo mistérico que cada iniciado en lo cotidiano debe experimentar y aprender:

II. Misterio luminoso
Estaba cansada. Las espinas
empezaban a hacer mella
y una daga seguía hundiéndose en mi pecho

     Una vez experimentada, el camino culmina en la pequeña muerte, en la catarsis previa a la iluminación. En su ‘Epílogo’ la autora re-significa ese camino vital -con un guiño también a su libro anterior- y ofrece claves para descodificar el sentido último de cada poemario: no hay error y si lo hay no se pide perdón, bastante penitencia ha llevado incluido, suficiente dolor. Ese dolor gracias al lenguaje queda atrapado, fosilizado y, en cierto sentido, acallado a fuerza de gritarlo. Tras el queda la lucidez. La lucidez de El cuarto día.

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