miércoles, 11 de junio de 2008

‘Contarse a sí misma, desnudarse’. Artículo de Francisco Cenamor sobre la nueva novela de Marta Sanz ‘La lección de anatomía’

Reconozco que al comenzar a leer la nueva novela de la escritora madrileña Marta Sanz La lección de anatomía (RBA Libros, Barcelona, 2008) me cargué de prejuicios al descubrir que se trataba de una autobiografía novelada: ¿tan interesante se cree la autora para contarnos su vida, sobre todo cuando aún es tan joven? Y encima cosas de mujeres, ¿no será otra novelita victimista más? Y, ¡zas!, la fuerza narrativa de Marta Sanz hizo que me tragara, eso sí, poco a poco, dulcemente, todos mis prejuicios.
Lo cotidiano sencillo -Marta Sanz, reconozcámoslo, no ha tenido, hasta ahora, una vida espectacular-, se convierte en su novela en una aventura existencial, pues la vida de cada uno, por muy anodina que nos parezca, hay que vivirla. Incluso nos acerca a cosas que hemos podido vivir, a personajes –familiares, amigos y amigas- que nosotros mismos hemos podido tener.
Marta Sanz se nos desnuda sin ningún pudor, es más, tal vez en un guiño al lector o lectora, se desnuda, aún adolescente, ante una profesora y se sorprende de que esta reaccione con pudor ante su desnudez. Estamos sin duda, ante una stripper literaria.
Y en su desnudez, nos enseña todo: sus defectos y sus virtudes, sus renuncias y sus puntos irreductibles, su forma de ver el mundo y su forma de defenderse de él... Incluso, en el último capítulo, nos muestra su desnudez física, nos cuenta como es su cuerpo, metáfora máxima de esa desnudez que ha acometido durante la narración.
Ah, y de victimismo nada, nos muestra una mujer tal como es, con su presencia, con sus tomas de decisiones en cada momento, con sus miedos y valentías ante los momentos en los que su condición de mujer pudo ser agredida, con su solidaridad ante las mujeres que lo han sido, una mujer sujeto de su propia existencia, huyendo de ese victimismo que, precisamente, consigue el efecto contrario convirtiendo a las mujeres en objeto. Marta Sanz huye de eso de manera natural, porque ella es así.
Quizás una de las cosas que más me gusta de la narración es el ritmo, los cambios de ritmo. Cuando Marta se nos revela una niña, tenemos un ritmo trepidante, desquiciado, a veces, por qué no, como ese desquicie al que nos llevan algunas veces los niños. En su adolescencia el ritmo es explosivo, se puede sentir incluso el peso de las hormonas sobre el lector o lectora, y eso que ella no parece que se dejara llevar demasiado, pero somos capaces de mosquearnos con las actitudes adolescentes de algunas de sus amigas.
Pero, sin que nos demos cuenta en qué punto, el ritmo comienza a pausarse para hacerse sereno cuando llegamos al final del libro: Marta Sanz ha entrado en la madurez. Curiosamente, en la, creo que buena, crítica que le hacen en El Cultural, el autor destaca que el ritmo es precipitado y eso desequilibra la última parte. No sé si sería intención de la autora este ir cambiando de ritmo, pero me parece a mí que ese cambio del final tiene que ver con la edad en la que se encuentra el personaje en ese momento.
Para finalizar, para quienes seáis de lágrima fácil, como yo, os recomiendo especialmente el capítulo ‘Gatos’. Pocas veces he visto a alguien hablar de manera tan estremecedora sobre la muerte.


Francisco Cenamor

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