miércoles, 1 de octubre de 2008

Artículo de Francisco Cenamor sobre la novela 'Absurdistán', del escritor ruso Gary Shteyngart

Gary Shteyngart no deja títere con cabeza en su novela, de título magnífico, Absurdistán (Editorial Alfaguara, Madrid, 2007). De apellido judío, nacido en el antiguo Leningrado, hoy San Petesburgo, o San Leninburgo, como lo llaman los jovenzuelos guays de la novela, Shteyngart se ríe de todos y de todo en esta trepidante novela que nos envuelve al ritmo del videoclip o los filmes de aventuras urbanas.

Misha, un joven ruso de 30 años gordinflón y bonachón, de origen judío (comienzan las ¿casualidades?), es el hijo del rico capitalista 1.238 de la antigua Unión Soviética. Vive a lo grande en Nueva York, pero al regresar de visita por primera vez a su ciudad natal se encuentra con que su padre ha asesinado a un empresario de Oklahoma y las autoridades estadounidenses no le dejan regresar. Y es que, hablar de capitalismo en Rusia, es hablar de mafia.

Pero el joven tiene su vida hecha en Estados Unidos y no quiere oír hablar de otra forma de vida. Al fin y al cabo, como veremos en la novela, el sueño americano es la utopía de los jóvenes rusos. Su chica étnica rescatada del Bronx está allí, sus amigos están allí, su futuro de lujo a costa de las tropelías del padre está allí.

Así que se pone manos a la obra y, a base de pasta y hip hop trata de conseguir su vuelta a sus queridos USA. Pero todo se complica cuando, en un ajuste de cuentas, dos mafiosos asesinan a su padre mientras lo graba todo un turista alemán. Los mafiosos van al funeral del padre, en Rusia todo es amabilidad, y le compran a Misha el negocio. El joven gordinflón quiere emplear ese dinero en sacar a los niños rusos de la miseria, redimir prostitutas, salvar el planeta, pero mejor se lo gasta en conseguir un pasaporte que le devuelva al sueño americano. Para lo cual, se dirige a la república de Absurdistán, donde se ve envuelto en una sangrienta guerra civil alentada por absurdos nacionalismos contrapuestos que, como casi siempre, esconden la lucha por los recursos, principalmente, claro, el petróleo.

Desde el principio de la novela, lo que podría ser una historia de jóvenes ricos salidos, se convierte en una exposición de la realidad más cruda por la que atraviesa Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas. Nos pinta la novela una Rusia en manos de la mafia, pero no una mafia como la que podemos imaginar en España, oculta, delincuente, no. Los empresarios, la policía y el ejército, las instituciones, son la mafia. No hay derecho, no hay sociedad civil, no hay un Estado que proteja al ciudadano. Éste se encuentra en la más absoluta indefensión y debe trabajar o prostituirse para el capitalismo mafia.

Cuando llegamos a la república de Absurdistán, “la Noruega del Mar Caspio” (ahí dan ganas de reírse) Shteyngart nos descubre el enfrentamiento de intereses entre Rusia y Estados Unidos por el control del petróleo, hasta el punto de que desencadenan una guerra civil en la que da igual quien muera, dictadores o demócratas, svanis o sevos, ni siquiera es sencillo saber quién es el dictador y quién el demócrata, quien de una nacionalidad y quien de otra: las televisiones occidentales se aburren con estos conflictos interminables. Pero la gente concreta, como Sakha “el demócrata”, el absurdi defensor de los derechos humanos y contrario a los nacionalismos al que trata de salvar Misha, es asesinada impunemente ante los ojos de los demócratas diplomáticos occidentales.

Gary Shteyngart utiliza una primera persona que anuncia al comienzo del libro que su texto es una especie de carta para poner en conocimiento de las autoridades migratorias estadounidenses su historia para que vean que es un buen ciudadano y le dejen entrar de una vez. Esta primera persona, un ruso americanizado guay y muy rico, le permite al autor meterse a saco, con un tono absolutamente irreverente, con los judíos rusos, con la mafia rusa, con los pobres, con los negros americanos, con el capitalismo occidental, con los nacionalismos ex soviéticos... Le sirve, igualmente, para emplear un lenguaje soez, machista, desinhibido sexualmente... Eso sí, con mucha gracia, humor y fina ironía. Evidentemente, lectores y lectoras saben que el autor no piensa eso realmente...

Por cierto, que por reírse, el autor se ríe hasta de sí mismo al introducir un personaje, otro ruso judío emigrado a Estados Unidos, como él, que es un joven escritor que acaba de sacar una novela de éxito, como él con su Manual para debutantes rusas, y que se dedica a ligar con las jóvenes universitarias a las que da clase de narrativa, ¿cómo él?

Francisco Cenamor

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