lunes, 5 de septiembre de 2011

Lecturas: 'La casa de Trotsky', de Cristián Gómez Olivares (Chile, 1971)

Cristián Gómez Olivares juega con ventaja: al recibir su nuevo poemario ya sabía que me iba a gustar, después de haber leído su excelente libro Homenaje a Chester Kallman (Editorial Luces de gálibo, Málaga, 2010) (ver algunos poemas de este libro en la letra C de nuestro 'Catálogo de poemas') del que ya me atraparon sus momentos mágicos, sus imágenes fluidas que nos transmiten sensaciones, que crean ambientes.
   De nuevo disfruté de todo esto en su reciente La casa de Trotsky (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2011). Una vez más, me envuelve la musicalidad y fluidez con que maneja las palabras, da igual de lo que nos esté hablando, no importa, es la palabra la que merece la pena en este poeta chileno afincado en Estados Unidos.
   En ocasiones, un aparente realismo social consigue transportarnos a un lugar diferente al punto de partida, donde es la palabra quien gobierna, las palabras, más bien diremos, unidas en relaciones imposibles pero muy ingeniosas. Su tierna visión del ser humano nos introduce en breves momentos que no sabemos dónde terminarán. Son momentos que nos asaltan de golpe, por sorpresa y sin mediar explicación alguna. Sus poemas de tono surrealista, con imágenes/ensoñaciones sucesivas, aparentemente inconexas, no dejan de sorprenderme por sus giros y recovecos.
   Leída más de la mitad del libro comenzó a asaltarme una leve duda sobre la diversidad del tono y forma de los poemas, el que aparezcan uno detrás de otro sin aparente orden. Cristián Gómez Olivares tiene una voz y un tono general, que es el que me gusta, pero algunos poemas se me descolocaban un poco. Tras leer el último poema descubro el por qué: el autor nos escribe una nota en la que nos cuenta que estamos ante una colección de poemas antiguos y modernos, poemas sueltos, tal vez. Ignoro los motivos de sus decisiones a la hora de conformar el poemario, pero en mi lectura del libro he echado de menos el que se hubiesen agrupado los poemas por series o apartados, pues parece que muchos de los poemas se necesitan entre sí, se suman, se complementan.
   Pero, desde luego, esta última percepción de lector quisquilloso no desmerece en nada un poemario con el que he disfrutado mucho, que demuestra, una vez más, que la poesía usa la palabra y la hace importante a nuestros sentidos.

Francisco Cenamor

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