miércoles, 6 de mayo de 2009

'Nacer de la disolución', prólogo del poeta Luis Luna para el primer poemario de Lourdes de Abajo 'Aniquilación mía'

"Conozco el tiempo del exceso,
y el tiempo de la depuración
".

Asistimos con este poemario al nacimiento de una nueva voz. Hecho, en poesía, siempre sorprendente y gratificante pero que, en ocasiones, también resulta decepcionante. No porque esa voz no resulte necesaria sino, simplemente, porque no sea poética, lo cual invalida cualquier otra consideración. Decía Julio Espinosa que poco de lo que se publica en verso hoy tiene algo que ver con la poesía y, a grandes rasgos, tiene razón. Es por ello que cada parto tenga que ser considerado un hecho muy complejo, donde hay que deslindar numerosos factores.

Aniquilación mía, de Lourdes de Abajo (Ediciones Amargord, Madrid, 2009) forma parte de este fenómeno y, afortunadamente, consigue escaparse de la dinámica habitual fácil y exhibicionista. Nos encontramos ante una estructura profunda, un andamiaje sustentado en fragmentos muy sutilmente trabados. Lourdes de Abajo construye una dialéctica del Todo con la parte y pone en juego, para ello, toda una teoría de la existencia que derriba la concepción de poemario como sinónimo de anecdotario.

La contención, la esencialidad se erigen como pilares de esa estructura en la que la autora posee la suficiente habilidad –no en vano estamos ante un comienzo en la publicación tardío- y trabajo como para vislumbrar el pliegue, ese destello que conmociona o derrumba y que hace de la práctica poética algo realmente importante y no un mero juego de espejos.

Cada una de las secciones en las que se divide el poemario desarrolla un subtema o, si se quiere, una llave que sirve para descifrar el tema central. La disolución –aniquilación- no es contemplada aquí como un final, sino, muy al contrario, como un comienzo, un origen que no descarta oscuridad, dolor o desolación. Se puede hablar, incluso de una catábasis –un descenso, una inmersión al centro- y de una anábasis –ascenso hacia los otros-; de una, en términos más comunes, muerte y una resurrección. Ese proceso subsume el poemario, lo clarifica, pone de manifiesto su valía.

Esa valía reside, del mismo modo, en el trabajo de lenguaje en que debe consistir toda poesía. Conoce la autora la escasez, la insuficiencia del material con el que trabaja. En esa imposibilidad reside el riesgo. Pero es, sin embargo, la única posibilidad de crear una memoria para la colectividad. Estamos entonces en un salto desde la mismidad hacia la alteridad –u otredad- realizado con un lenguaje que pugna por ser esencial, despojado, sin concesiones a la narratividad o al sentimentalismo. Ese despojamiento, cercano al callamiento, se hace especialmente palpable en secciones como “sílaba adentro” donde la sílaba, la palabra se contempla como un fractal o un dibujo de Escher. De este modo, la palabra adquiere corporeidad, se sujeta al devenir y al cambio de cada lector sin caer en el mesianismo.

El lenguaje sitúa, se utiliza como método de conocimiento pero también habita la ambigüedad. En esa pluralidad de significados –y no olvidemos el sorprendente y salvaje poema final- es donde reside uno de los mayores aciertos de su voz. Lourdes de Abajo nos sitúa en un pasillo lleno de puertas, mas no dice qué ocultan esas puertas. Somos sólo nosotros quienes podemos atisbar, tal vez –y esto depende de los niveles de lectura- que ese lenguaje se construye contra la ausencia y revela una voluntad de diferencia.

Un discurso fuerte, contenido, trabajado. Un discurso, pues, que conduce hacia ese “cuerpo escrito” de que hablan algunos poetas extremoorientales, un cuerpo que reconoce la importancia de la niñez como constante del ser; la conciencia de soledad radical de todo ser humano, el enfrentamiento ante cualquier coacción o pertenencia-incluso aunque eso propicie el abandono-; una capacidad asombrosa de identificación con los objetos; una tendencia innata a disolverse en la Naturaleza –entendida como un fenómeno telúrico y no como un espacio de ocio-; un entendimiento de la propia fragmentación como Unidad profunda y, por encima de todo, una esperanza en la disolución, en la renovación por medio de la poesía.

Esa “verdad” constituye entonces el definitivo puntal para conocer ese sentido último que hace de Lourdes de Abajo una voz esencial que, frente a discursos banales o pasajeros, quiere quedarse, seguir articulando una sintaxis verdaderamente poética y así, crecer desde su nacimiento.

Luis Luna

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